

Elena de la Peña.
La profesión de Ingeniero de Caminos tiene su origen a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con la creación de la Inspección General de Caminos y la fundación de la Escuela por parte de Agustín de Betancourt, así como con la creación del Cuerpo de Ingenieros y Canales.
Me gusta imaginar lo que la profesión supuso en esos momentos, y en los posteriores, cuando la llegada de infraestructuras de transportes, como la carretera o más tarde el ferrocarril, suponían un torrente de nuevas oportunidades para una región, abriendo posibilidades al transporte de viajeros y mercancías, revitalizando la economía y facilitando el progreso. Ingeniería y progreso, progreso e ingeniería, aparecen así estrechamente conectados, y es un gran orgullo que nuestra profesión haya estado ligada al crecimiento y a la prosperidad desde hace tantos años.
Pero, aunque tengo el corazón carretero, no sólo de infraestructuras de transporte vive el ingeniero (o la ingeniera). Puertos, aeropuertos, obras hidráulicas, infraestructuras energéticas, urbanismo, saneamiento, y un largo etcétera, forman, ayer, hoy y mañana, parte de la vida de todos y cada uno de los habitantes de un país, en el mundo urbano y en el rural. Nuestra ingeniería es parte de la vida cotidiana, aunque no siempre resulte evidente. En eso debemos mejorar, queremos comunicar mejor la importancia de nuestra profesión y lo que supone en la calidad de vida de los ciudadanos.
Nuestras infraestructuras facilitan el estado del bienestar, nos permiten crear riqueza, nos facilitan hacer frente a situaciones de crisis como la que estamos viviendo en 2020, permiten el turismo, dan servicio a la industria, etc.
En los últimos años, se han despertado corrientes críticas con los aspectos más negativos de las infraestructuras, especialmente en el impacto en el medioambiente, emisiones, siniestros, etc. Pareciera que lo negativo ha superado a lo positivo, y que las infraestructuras están, hoy en día, más cuestionadas que nunca.
En Caminos de Futuro somos sensibles a esta situación. Por eso las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible son el marco en el que planteamos desarrollar nuestras actividades. La ingeniería sigue siendo hoy sinónimo de progreso, y a la vez, debe ser el máximo exponente del cuidado del medioambiente, del compromiso de respeto al entorno, de la reducción de emisiones, de la lucha contra el cambio climático, etc. y seguir manteniendo el máximo compromiso con la reducción de la pobreza, la creación de prosperidad y riqueza y la competitividad de las regiones.
Ayer, hoy y mañana, seguiremos siendo símbolo del progreso, garantizando nuestro máximo compromiso con la sociedad y con el entorno, fomentando la innovación, con la sostenibilidad como bandera y, como desde el origen de nuestra profesión, con una profunda vocación de servicio. Y trataremos de comunicarlo a la sociedad de la mejor manera posible.