

Carlos López-Palanco.
Adaptación. La clave es la adaptación.
Hace unos 3 o 4 años, en Panamá, un compañero andaluz como yo aún con poca experiencia como expatriado, se quejaba amargamente de que allí un gazpacho era un artículo de lujo porque un kg de tomates le costaba 5 o 6 dólares. Dos semanas después me comentaba feliz que por un dólar conseguía una piña extraordinaria o dos mangos deliciosos del tamaño de una pelota de futbol americano. El gazpacho ya no era un problema, y la ostentosa fertilidad del país para producir frutas exóticas era ahora, para él, una oportunidad.
No creo que sea de un chauvinismo improcedente declarar que es muy, muy difícil encontrar un país en el mundo en el que se viva mejor que en España, salvo que seas un eremita crudivegano espiritualmente incompatible con la tauromaquia. Con esas condiciones de contorno, la flexibilidad en tu actitud al enfrentar las diferencias es probablemente el componente esencial para que tú y tu familia podáis vivir una experiencia positiva en un desplazamiento de largo plazo, en países de culturas asombrosamente distantes como los que cada vez más veces asumimos en nuestra trayectoria y especialmente en situaciones de crisis como las que afrontamos ya con cierta recurrencia. Y en todo caso, si efectivamente lo tuyo es el veganismo radical antitaurino, en Calcuta lo tienes todo. Puedes encontrar cientos de sitios para comer donde te garantizan que los utensilios de cocina que han usado para preparar tus verduras jamás han sido utilizados para cocinar productos no vegetales (aunque las especias pudieran ser consideradas en otros países como armas de destrucción masiva). Además, normalmente comes en la calle, y al lado de una vaca.
La realidad profesional para los Ingenieros de Caminos españoles en cualquier expatriación es que nos encontramos estructuras administrativas diferentes a las que acostumbramos (algunos contratistas extranjeros describen a la administración española como una “madre”, que le resuelve todos los problemas contractuales a sus proveedores de construcción o de ingeniería), nos tenemos que acoplar a organizaciones profesionales del trabajo muy distintas a la nuestra en cuanto a distribución de responsabilidades, convivimos con técnicos de otros países - no solo a los propios del de destino- con cualificaciones de alcance y conocimiento que no tienen que ver con las de los técnicos equivalentes con los que hemos trabajado en casa, etc. Si alguna ventaja tiene un Ingeniero de Caminos español es su exigente formación, dirigida por concepto no sólo a adquirir conocimiento científico, si no a enfrentar y resolver problemas de enunciado difuso aplicando una lógica ordenada, y con una gran lucidez para la identificación de lo importante del proceso, estableciendo la secuencia de toma de decisiones más apropiada y seleccionando eficazmente soluciones posibilistas adecuadas al conflicto.
Esa capacidad del Ingeniero español que aplica casi por defecto a su trabajo y nos distingue, trasladada al día a día de nuestro devenir en ese país de destino, puede facilitar ese enfoque de adaptación que será esencial también para nuestra aclimatación vital y familiar y según mi experiencia, resulta providencial para que podamos sacar el máximo partido a una situación que a priori nuestro instinto tiende a percibir como un desafío incierto. Somos capaces de aplicar nuestro ingenio, en sentido estricto del término y en el de su cuarta acepción de la RAE ( “Industria, maña y artificio de alguien para conseguir lo que desea”) para solucionar el problema de una cimentación, para encontrar un buen colegio para nuestros hijos en Lucknow, Uttar Pradesh, para negociar la puñetera línea de TV por cable del piso que hemos alquilado sin tener aún papeles de residencia, o para abrir una cuenta corriente de la que puedas fiarte, aun siendo un país con una reputación dudosa para el tratamiento bancario de capitales de origen confuso.
Esa es una de las razones por las que la candidatura de #caminosdefuturo se concentra, en su propuesta para los compañeros, en el concepto de apoyo a la adaptación.
El apoyo que entre compañeros podemos ofrecernos para encarar todas estas situaciones es enormemente valioso. A la adaptación en el trabajo y nuestra habilitación profesional, por ejemplo. Muchos de los expatriados hemos vivido la surrealista situación de tener que pagar a un ingeniero habilitado local para que firme proyectos que hemos hecho nosotros, y de los que a duras penas entiende el significado de los términos que empleamos. El apoyo a la adaptación familiar en la integración de los hijos y los cónyuges o parejas puede ser muy satisfactorio con un poco de asesoramiento y organización. Recuerdo el caso de un compañero, cuya esposa era psicóloga diplomada, al que la condición que le ponía la dirección del colegio en el que quería inscribir a sus hijos fue que ella “se dejara contratar” como psicóloga en el centro. No encontraban en su país a nadie que tuviera, ni de lejos, su cualificación, y salieron ganando en el asunto el compañero, su esposa, los niños…y el colegio.
En mi primer periodo de trabajo en México, hace ya muchos años, las primeras semanas consistieron en un infierno de desesperación porque no hacíamos más que tener “juntas” (reuniones de trabajo), cada una de ellas con 50 personas de los diferentes participantes y en la que los ingenieros españoles éramos los únicos que cumplíamos los compromisos adquiridos en la anterior. Nuestra labor en el extranjero está en muchos casos asociada a un proyecto de gran envergadura que requiere muchos casos la participación de múltiples equipos locales y extranjeros y solo conseguíamos salir de esas reuniones, cada vez, con una minuta consistente en el relato pormenorizado (y por cierto, escrito en un castellano elegantísimo) explicando por qué el resto de asistentes no habían podido cumplir con sus tareas, y el acuerdo de la fecha de la próxima junta. A la tercera reunión, supimos forzar el programa ajustándolo nada más que a las actividades que cada participante podía verdaderamente asumir, porfiando en el trabajo bien hecho por nuestra parte y el cliente decidió que, en lo sucesivo, los “pinches” ingenieros españoles pasaban a ser los líderes (gerentes, en la expresión que más les gusta) del proceso objeto del contrato, y el resto de los agentes se debían someter a su dirección. Por supuesto, no conseguimos que trabajaran más de lo que en todo caso tenían pensado hacer, “primero Dios”, pero dominamos el proyecto y pudimos cumplir nuestro contrato con dignidad, y creo que casi cobrarlo…que ya es mucho.
En resumen, creo que como Ingenieros de Caminos y españoles tenemos mucha suerte. Disponemos en la masa de nuestra sangre de una cualidad escasa en otras profesiones y países, la capacidad de adaptación a un entorno extraño y el orgullo de no hacer mal lo que podemos hacer bien. Y en lo que he visto, he disfrutado y he sufrido, ese es el secreto para vivir con éxito una experiencia de expatriación profesional que puede cambiar tu vida y la de tu familia, para mejor y en todos los sentidos. ¿Qué opináis vosotros?